Casualidad y causalidad
Muchas veces me pregunto si creo más en la casualidad o en la causalidad. Como fiel lectora de Paul Auster creo más en la casualidad. Me encanta ver cómo, con el paso del tiempo, las cosas van encajando, adquiriendo un sentido aunque sea absurdo, particular y válido únicamente para la persona que lo observa. De repente, hay momentos, en los que parece que las conexiones toman forma y se revelan ante ti. Los lugares, las personas, las situaciones y circunstancias, las canciones, las fechas, todo parece conjurarse para ti.
[Y miras a tu alrededor buscando la cámara y los focos, sintiéndote de repente protagonista de una película que no es más que tu propia vida.]
En cambio creer en la causalidad implica creer en el destino. Y creer en el destino supone aceptar que todo está escrito de antemano, que da igual cuánto me esfuerce yo por algo y que, por tanto, el libre albedrío es un engaño moral. Pensar que nada podrá alterar el curso de tu existencia es desolador. Te arrebata la esperanza de que ante los malos tiempos tu voluntad pueda cambiar las cosas.
[Y te desespera. Te desespera mucho.]
La casualidad es mucho más divertida. Quiero pensar que la casualidad es la que hizo que en 2003 yo tuviera que pasar el verano trabajando en una oficina de una céntrica calle madrileña. y que fuera justo el año en que envié una novela a un premio literario y resultase ser finalista. Recuerdo que aquella mañana de agosto me acerqué en mi hora del desayuno a mi banco para recoger mi nueva tarjeta. Al salir sonó el móvil. Como no oía bien, doblé la esquina y me refugié en otra calle para poder escuchar mejor.
[Y en esa esquina comenzó a cambiar mi vida concediéndome un viejo deseo.]
Esa misma casualidad quiso que en 2005 consiguiera un trabajo en la misma zona. Un trabajo que estuve a punto de conseguir un año antes pero que conseguí en ese momento (¿quizá estaba escrito que ese trabajo tenía que ser para mí o fue una mera coincidencia?). Y la casualidad ha querido que ese sea el puesto en el que he estado y estaré hasta el próximo 28 de septiembre.
[Y que durante dos años y medio, en muchas de las ocasiones en las que pasaba por esa esquina cuando iba a desayunar, me acordara de aquella mañana de agosto.]
Y es esa misma casualidad la que ahora que mi trabajo acaba y, en consecuencia, mi vinculación a esa zona también, una nueva casualidad quiere que permanezca danzando por allí un poco más. Porque voy a pasarme todo este próximo año estudiando en una academia que, casualmente, está en la misma zona. Que, casualmente, está en esa calle en la que me refugié aquella mañana de agosto para escuchar cómo me decían que se publicaría mi primer libro. Y, casualmente, esa academia se dedica a formar a la gente en el campo editorial.
[¿Con qué me quedo? ¿Es casual o causal?]
Me divierte. Me fascinan estas historias. No tienen sentido nada más que para mí. Pero a veces me hacen sentir especial. A veces es como si todo encajara. Aunque sé que no hay mucho más allá... Porque yo sigo esperando poder modelar mi vida como yo quiera...
[Y miras a tu alrededor buscando la cámara y los focos, sintiéndote de repente protagonista de una película que no es más que tu propia vida.]
En cambio creer en la causalidad implica creer en el destino. Y creer en el destino supone aceptar que todo está escrito de antemano, que da igual cuánto me esfuerce yo por algo y que, por tanto, el libre albedrío es un engaño moral. Pensar que nada podrá alterar el curso de tu existencia es desolador. Te arrebata la esperanza de que ante los malos tiempos tu voluntad pueda cambiar las cosas.
[Y te desespera. Te desespera mucho.]
La casualidad es mucho más divertida. Quiero pensar que la casualidad es la que hizo que en 2003 yo tuviera que pasar el verano trabajando en una oficina de una céntrica calle madrileña. y que fuera justo el año en que envié una novela a un premio literario y resultase ser finalista. Recuerdo que aquella mañana de agosto me acerqué en mi hora del desayuno a mi banco para recoger mi nueva tarjeta. Al salir sonó el móvil. Como no oía bien, doblé la esquina y me refugié en otra calle para poder escuchar mejor.
[Y en esa esquina comenzó a cambiar mi vida concediéndome un viejo deseo.]
Esa misma casualidad quiso que en 2005 consiguiera un trabajo en la misma zona. Un trabajo que estuve a punto de conseguir un año antes pero que conseguí en ese momento (¿quizá estaba escrito que ese trabajo tenía que ser para mí o fue una mera coincidencia?). Y la casualidad ha querido que ese sea el puesto en el que he estado y estaré hasta el próximo 28 de septiembre.
[Y que durante dos años y medio, en muchas de las ocasiones en las que pasaba por esa esquina cuando iba a desayunar, me acordara de aquella mañana de agosto.]
Y es esa misma casualidad la que ahora que mi trabajo acaba y, en consecuencia, mi vinculación a esa zona también, una nueva casualidad quiere que permanezca danzando por allí un poco más. Porque voy a pasarme todo este próximo año estudiando en una academia que, casualmente, está en la misma zona. Que, casualmente, está en esa calle en la que me refugié aquella mañana de agosto para escuchar cómo me decían que se publicaría mi primer libro. Y, casualmente, esa academia se dedica a formar a la gente en el campo editorial.
[¿Con qué me quedo? ¿Es casual o causal?]
Me divierte. Me fascinan estas historias. No tienen sentido nada más que para mí. Pero a veces me hacen sentir especial. A veces es como si todo encajara. Aunque sé que no hay mucho más allá... Porque yo sigo esperando poder modelar mi vida como yo quiera...