La importancia de una coma

Un blog freak, salvaje y sentimental

15.1.07

Mi barrio

Nací muy cerca de donde ahora vivo, en la maternidad de O’Donnell. Mis primeros tres meses de vida los pasé en una calle de Lavapiés, justo al lado de donde, años después, pasaría mucho tiempo presentando y dirigiendo programas de radio amateurs. Hasta los ocho años viví en una avenida de Carabanchel Bajo en la que al salir del cole los niños, entre curiosos y divertidos, intentábamos coger jeringuillas del suelo antes de que las madres nos dieran un grito encolerizado.

[Lo curioso es que no lo recuerdo como un barrio conflictivo o peligroso.]

Desde los ocho a los diecinueve me hice mayor en una ciudad dormitorio que hoy en día se ha convertido en autosuficiente. Una ciudad, Fuenlabrada, que me produce sentimientos encontrados cada vez que voy. Por un lado la nostalgia de lo que creías conocer tan bien y que tanto ha cambiado desde que te fuiste y por otro la sensación de alivio por haber escapado. Hace unos años asistí a una cena de antiguos alumnos del colegio donde cursé la EGB. Estaban prácticamente iguales. Estancados. Viviendo la misma vida que tenían cuando eran adolescentes.

[¿Era eso lo que me esperaba de haberme quedado allí?]

A partir de los diecinueve, durante año y medio, pasé por tres pisos diferentes. Uno en Fuenlabrada y dos en Madrid. Con poco más de veinte aterricé en este en el que todavía vivo pensando que sería algo temporal, que toda mi veintena sería un ir y venir entre pisos compartidos haciendo gala de esa inestabilidad que siempre ha reinado en mi vida. Inestabilidad laboral, inestabilidad económica, inestabilidad sentimental.

[Pero no. Me equivoqué.]

Llevo ocho años y medio en este piso que, aunque alquilado, es el único que me ha proporcionado la sensación de estar en casa. He sobrevivido a buenos compañeros que se marcharon en busca de un futuro mejor, a malos compañeros que espero que se fueran al infierno, a varias novias que se pasearon por aquí dejando su rastro para que pudiera recordarlas mirando la esquina menos pensada. He sobrevivido a las risas y a los llantos, a las tormentas emocionales y a la euforia desmedida. He tocado techo y he tocado fondo encerrada entre sus paredes. Es mi casa.

[Y yo sigo aquí. Y seguiré por mucho tiempo más.]

Hoy he salido a dar una vuelta con Chuchín. Callejeando me he dado cuenta de que apenas lo conozco. No me pierdo en él. Siempre he tenido buen sentido de la orientación. Pero no lo conozco. Y eso me produce una sensación extraña. Me resulta curioso conocer mejor el centro que el lugar en el que vivo. Normalmente me muevo en un radio de acción muy limitado. De Lavapiés a Quevedo. Y, reduciendo más, de Ópera a Chueca. Trabajo, compro y salgo por allí. Pero luego regreso a mi barrio, a estas calles que conozco a medias pero que me hacen sentir que tengo un lugar al que regresar cada día. Cada noche. Cada amanecer.

[Y no me moverán.]