Hablando en Plata
Cuando yo era un micaco, es decir, un crío inocente, cándido y tierno que cantaba canciones infantiles y veía Barrio Sésamo sin que la política de un país lo censurara, me sentía incomprendido. Siempre he sido un crío bastante raro, en el sentido de que albergaba demasiadas cosas deambulando en mi cabeza. No obstante, me consolaba pensando y vaticinando un futuro en el que supuestamente yo abandonaría mi pedestal de incomprendido. Mantenía la firme convicción de que con el tiempo los demás terminarían por entenderme y mi sensación de profunda pérdida generalizada se disiparía.
Pues bien, uno apoya la cabeza en la palma de su mano mientras mira por la ventana de un tren y se da cuenta de que, finalizando el año 2007 y habiendo alcanzado el cuarto de siglo, nada ha cambiado. Sigo sintiéndome incomprendido y, sinceramente, tengo la impresión de que, cuando muevo mis labios, lo que se escapa de ellos a muchos les suena a chino. Y entonces viene la eterna pregunta, la duda existencial de todos: ¿soy yo o son ellos? ¿Dónde está el error? ¿No me explico bien o son ellos los que no quieren entender porque supone demasiado esfuerzo y, como añadido, puede doler?
El caso es que en plena era de la comunicación, cuando tenemos más facilidades que nunca para enviar y recibir mensajes, se hace palpable una falta extrema de comunicación, una carencia abrumante. Tenemos una enorme infraestructura para comunicarnos y el problema fundamental no creo que sea el tiempo, sino una enorme incapacidad desarrollada por el ser humano para ver más allá de su ombligo y ponerse en el lugar de otras personas. Porque para comprender no sólo hay que escuchar o leer. También es necesaria una adecuada dosis de empatía. No se trata de percibir un rumrum hueco, sino de comprender lo que se pretende decir, el sentido de las palabras, y la intencionalidad del emisor.
No es que no lo intente. Servidor, como buen defensor de las causas perdidas y en una clara pretensión de querer cambiar el mundo, aunque sólo sea un poquito, (sí, soy muy pretencioso, lo sé) trata de hablar claramente, valorar los comentarios y argumentaciones del resto, entender todos los puntos de vista, exponer su opinión y expresar nítidamente lo que se le pasa por la sustancia entre oreja y oreja, sus conclusiones. ¿Y creéis que sirve de algo?
Pues sí que sirve. Sirve para que la gente utilice lo que le dices como excusa para refugiarse en sí mismos (porque ya se sabe que si lo que se dice no es del agrado del receptor, éste, sencillamente, cerrará sus canales sensoriales para aislarse y te calificará como malvado y perverso por no haber dicho justo lo que esperaba oír, un agradable conjunto de halagadoras palabras dirigidas a alimentar su ego. Si no les das jabón o la razón, lo que digas carece de importancia y, por supuesto, de lógica). Sirve para que otros te acusen de estar tirándoles tu mierda a la cara y de esgrimir segundas intenciones encubiertas en el interlineado de las frases (cuando tú sólo pretendes solucionar los posibles conflictos que se pueden desarrollar entre dos personas). Sirve para que más de uno obtenga la excusa perfecta para ponerte a parir (porque, claro, has ofrecido tu opinión, le has dicho la verdad, y eso no gusta a nadie). Sirve para que otros te acusen de egoísmo (porque hieres su sensibilidad al decir las cosas claras). Sirve para que la peña te haga saber que estás como un cencerro tratando de hablar, de poner palabras a tus sentimientos y a las situaciones en las que te ves envuelto (porque hay un pacto de silencio que nadie debe romper, un silencio que sirve para que cada cual interprete lo que le dé la gana y lo que más le convenga. Tú no puedes llegar fastidiando y clarificar qué significa esto o aquello de más allá mediante lo que algunos han calificado como “un psicoanálisis barato”)
Para cuántas cosas sirve hablar en plata, de verdad. Es que me quedo anonadado.
Y me sigo preguntando si alguna vez hablar en plata servirá para algo positivo, si algún día ese mundo de adultos a los que no se le caen los anillos por hablar llegará, mientras la vida pasa.
Y, la vida, pasa.